miércoles, 11 de mayo de 2011

Nubes.

Normalmente no me expando en esta clase de temas pero, viniendo o sin venir al caso, que es algo que importa poco en este paradigma de temática generalista y amplia por la que abogan tanto los inexpertos como yo, venía a charlar distendidamente sobre una cuestión que ya ha sido, si no me equivoco, tratada con anterioridad. En referencia a la misma, me han recomendado que no comience -por ser algo, ya se sabe, personal hasta cierto punto- la narración propiamente dicha hasta el segundo párrafo del presente escrito.

No hay incógnitas, son las nubes. Que no las de algodón, para los que estén aun profesando el Miércoles de Resaca, sino esas nubes que vagan en la luz y en la penumbra, recorriendo kilómetros sin rumbo fijo, dejándose ver entre campos arados, montañas cubiertas de nieve y mares encolerizados por los viejos dioses de la mitología. Trayendo tras de sí augurios y confabulaciones de toda naturaleza, pronósticos para bien y para mal, y a veces lluvia… y otras a veces sombra. Y diferentes cosas que traen las nubes y de las que no voy a hacer mención porque considero ese tema de conocimiento general. Aunque la cháchara no acaba.

En relación con este contenido puramente meteorológico, reconozco que no me importa en absoluto de donde vengan todas esas nubes –aunque quizás sería curioso saberlo a la perfección: no admito medias tintas-, y cuando pasan tampoco dedico tiempo a pensar hacia dónde se dirigen. ¡Las tengo delante y aun así ni las miro! Caminaba bajo su silueta difuminada cuando era chico y supongo que lo seguiré haciendo durante el tiempo en que, ellas o yo, desaparezcamos entre el humo, la contaminación y el tráfico de la gran ciudad.

Y tampoco me atañe si se trata de la contaminación lumínica la que deja que, el que lo desee, pueda, aun en esta noche, disfrutar de su presencia intocable destacando entre el cielo, y de la que muchos se quejarían al no dejar ver esas minúsculas estrellas de las que tanto habla la gente –han causado sensación a lo largo de la historia, o eso se comenta en algunos círculos-.

Entrando ya en las profundidades del asunto, lo que nos traía hasta aquí es que, en mi sospecha de que a todos nos han ocurrido historias parecidas –esto es una licencia que me he tomado-, quizá alguno tenga una sensación similar a la metáfora en la que estaba manejando en mis pensamientos ahora mismo. En definitiva, y esa era la razón de todo esto, creo que a esas nubes que sobrevuelan mi vida les pasa como a mí, que no tienen ni la más remota idea de que pueda venir cualquier soplo de aire –no me meto, que debería, en si frío o cálido- que las alce hacia arriba, o de que llegue una nube más grande y más negra que las haga desvanecerse o provocar alguna ruidosa tormenta de manera violenta. O a lo mejor ellas sí que lo saben, las joías por culo.


1 comentario:

  1. Sé de buena tinta. Y el cielo azul.

    Era uno de esos días en los que te encuentras de buen humor. En los que te gusta tanto que el viento sople a tu favor, simplificando cada paso, avanzando con la facilidad de un río descendiendo montaña abajo; al igual que te pegue en la cara, levantando tu pelo, alborotándolo, haciendo costoso cada movimiento, superándolo como si te hubieras adentrado en una muchedumbre furiosa deseosa de frustrar tu avance.

    Me encanta el cielo azul en esos días, cuando temprano puedes ver la mancha blanca de la luna invadiendo el azul eterno, incluso durante las horas en que el sol aun manda, y desearía perderme en el mar en una noche como esta, o estar en la montaña, y ver las estrellas que nos perdemos cada noche.

    Me encanta también cuando las pocas nubes que hay, blancas, sin intención de estropear tu buen humor, se sitúan estratégicamente al oeste, y sus formas se entremezclan con los colores de la caída ordinaria del imperio solar. Rojo, rosa, amarillo, hasta la oscuridad total.

    La variedad cromática simula una gran pintura que debe de estar creada por al menos un centenar de los mejores grafiteros del panorama actual.

    Pero si de verdad tienes suerte, el día comienza con nubes negras. Y aunque no empieza perfecto, te das cuenta de que lo será cuando se inicia la descargar de toda el agua que habían acumulado unos días atrás. De un color grisáceo, se vuelven blanquecinas, el arcoíris sale mientras el sol y la lluvia se funden. Y cuando ésta deja de caer, el centenar de grafiteros vuelven a dejar su signatura al atardecer y la noche queda despejada y aparece el mismo deseo de perderse y estrellarse en la oscuridad, tumbado mirando tan alto como no podemos imaginar, perdidos en la infinitud.

    Hay que tener mucha suerte para tener unos de estos días. La suerte hay que buscarla, pero sobre todo estar confiado en que vamos a encontrarla.

    http://hetenidodiasmejores.blogspot.com/

    ResponderEliminar