domingo, 28 de agosto de 2011

Que nadie quiere ser viejo

Cuando nos hacemos viejos, el rostro se nos arruga, el pelo se vuelve blanco, se cae y llevamos dientes postizos. Vemos mal, oímos peor, nos tiemblan las manos, nos duelen los huesos, nos cuesta andar e incluso respirar.

Cuando somos jóvenes, y observamos desde lejos todo eso, sentimos como imposible llegar a ese momento, algunos aseguran preferir no vivirlo antes que verse en esas condiciones. Despreocupados, nos creemos invencibles y pensamos que esto siempre será Jauja.

Con el pelo emblanquecido, la mente falla, las piernas fallan, y muchas veces sentimos que nuestros mayores son como grandes niños arrugados, gruñones y soberbios, que no darán su brazo a torcer y cuyo mundo no va a dejar de girar en la dirección y ritmo al que están acostumbrados.

Cuando eres viejo, la experiencia y los años se entremezclan. Podemos hablar de cosas que hace más de medio siglo dejaron de ocurrir, como si fuese el titular de la portada cualquier diario de esa misma mañana.

Nuestras historias se repiten, pero nos empeñamos en contarlas hasta el final, indagando continuamente en los mismos detalles, aquellos que hace muchos años, y sin saber bien por qué, quedaron registrados en nuestra mente quedándose ahí guardados, quietecitos, hasta que nos vayamos de este mundo.

Nuestros mayores han sobrevivido a guerras, revoluciones, educaciones demasiado estrictas o demasiado desatendidas, enfermedades y avances tecnológicos que han modificado la forma de tratar con la realidad tan vertiginosamente, que ha sido imposible para muchos ir más allá de comprender lo que es un teléfono, televisión o radio si es que han tenido la suerte de llegar a entender el por qué y para qué de alguno de estos.

Qué decir de internet… 

Les sorprenden muchas cosas del mundo ante las cuales nosotros estamos vacunados desde chicos, vemos como normales y hemos asimilado sentados frente a un aparato de televisión.

Respeto.

A aquellos que han estado aquí antes que nosotros, que han hecho posible que existamos, que han cambiado nuestras vidas, que han permitido que vivamos sin complicaciones, con su esfuerzo, con su trabajo, que han sufrido y han llorado por todos los que ya se les fueron. Que nos han educado. Herencia eterna y gratuita que hace de nosotros personas únicas. Aprendamos todo lo que nos pueden enseñar y cuidemos de ellos como hicieron cuando no levantábamos ni un palmo del suelo y no podíamos valernos por nosotros mismos.

Una lágrima en su mejilla y se apagó el cerillo de su vida.
No te olvides de estar allí pendiente de todos.

HeTenidoDiasMejores Blog 

domingo, 7 de agosto de 2011

Libros y otras subjetividades varias.

Iba a decir que me contaron, pero estaría mintiendo si no admito que en cierta ocasión fui yo el que se inventó, algo que suelo hacer a menudo y por lo cual no me avergüenzo, la historia de dos personas que empezaron a leer un libro a la vez. Uno empezó por el principio, como la gente razonable en occidente. El otro hizo lo contrario y abordó el escrito por la contraportada, leyendo ésta a conciencia y perdiendo todo el interés consiguiente. He de imaginar sobre la marcha para darle una explicación coherente a tal cavilación estúpida, que este segundo lector debía ser árabe, o no sé: sin ánimo de ofender, lo mismo era gilipollas o el típico gracioso que se cree que puede ser bonito, memorable o digno de contar, cerveza en mano, el hecho de empezar un libro por el final… pero como esto es pura ficción, lo mismo puedo introducir dragones que tecnología futurista que hacer que parezca lógico que dos personas lean un libro (primera dificultad en nuestros días), y que lo hagan a la vez.

El caso es que comenzaron aquella tarea, siempre ardua para algunos más que para otros, de la lectura y ocurrió que coincidieron en una página. No en la mitad, porque siempre hay uno que lee más rápido que el otro, aunque sea sin enterarse bien y sólo para acabar colocándose la medallita de la velocidad punta, que no siempre es buena, en la solapa de la chaqueta de lector, disponible en su último catálogo del Círculo de lectores.

No aclararé, en vista de los recientes, o no tan recientes, acontecimientos y disputas varias entre religiones y culturas y con intención de no avivar aún más la llama de la creciente incomprensión y la falta de respeto mutuo, cuál de los dos, si el occidental o el árabe, fue el que se adelantó o el que se puso tal medalla, si es que existiera, si es que alguna vez ha habido chaquetas de lectores -aunque supongo que sí porque es tradicional ver cualquier escena de la saga de películas de Harry Potter y contemplar que su atuendo de lectura es, en ocasiones, diferente del que usa para cualquier otro menester-.

En cualquier caso, y llegados a este punto en que coincidieron ambos, se pusieron de acuerdo para no seguir leyendo porque el libro, según tengo entendido, debía ser lo que se conoce en nuestro lenguaje cotidiano como un auténtico coñazo en su sentido figurado más español y andaluz… Región, Andalucía, de la que provengo y de la que no me puedo deshacer tan fácilmente aun estando en esta difícil y abstracta labor de narrar la lectura entre personas de desconocida procedencia.

Acordaron, entonces, hacer un resumen cada uno de su fragmento de libro para el otro, y también pactaron que comenzaría el del principio a narrar su parte para que cuando éste concluyera, pudiera el lector de las últimas páginas contar su breve resumen al primero, y así tener una imagen global y completa del libro ambos dos. Supongo y creo acertar si digo ninguno de ellos logró captar con total claridad los contenidos de aquel libro una vez expuestos los resúmenes recíprocamente, más que nada porque ninguno de ellos había leído el libro entero: ninguno había tenido ese control total sobre el escrito con la facilidad de manipulación y de revisión que da el poder absoluto.

En esto que, habiendo terminado los resúmenes y ya en la fase de asunción y asentamiento de los contenidos, ambiguos para los dos, ambos cayeron en la cuenta de que, de súbito, el libro había acabado, y aunque habían esperado más de sus páginas, se mostraron sorprendidos, a veces para bien y a veces para mal, por la resolución de algunos conflictos en el cenit del argumento.

Como conclusión, y a modo de finiquito para no dar más vueltas a este asunto de la lectura, ambos llegaron al final del libro por un camino o por otro, y entendieron que, como en la vida, nadie tiene el dominio total de sus actos y que, también como en la vida, el libro había terminado para los dos y al final no se habían enterado de un carajo, como probablemente ustedes o yo al releer estos breves párrafos que les brindo desde la soledad que proporciona el jet lag en territorio ajeno.

Buenas noches y buena suerte en sus andanzas.