Para robo el que me hicieron a mí. No sé ni cómo, pero ocurrió. Ella se fue, y de paso se llevó mi cordura. Ahora me quedan un par de relojes que casi no uso, un cactus que se muere no sé si por poca agua o por demasiada agua (yo a estas putas plantas nunca las he entendido, joder), llaves de candados que ya no existen y muchísimos aparatos: aparatos inservibles que se pasan el día haciendo ruidos incomprensibles y estridentes, y que se podrían haber ido antes que ella, a la que echo bastante de menos.
Y con ella me refiero a mi cordura. La otra está bien donde quiera que esté. No me acabo de acostumbrar a que me roben.