domingo, 27 de noviembre de 2011

La verdadera y más real historia de Mr. Hollywood.

Yo era un chico normal. 

Mi novia, Tiffany, era la jefa de las animadoras. Mientras, yo gozaba de una buena reputación como capitán quarterback del equipo de fútbol. Un día algo me picó o yo qué coño sé, una radiación o un accidente, y ná... superpoderes. El caso es que a partir de entonces tuve que compaginar mi vida de ciudadano honorable durante el día, con mi identidad secreta de justiciero por la noche. 

Una mañana iba, como de costumbre, a parar a una mafia narcotraficante mexicana y a un grupo islamista radical que querían atentar contra la declaración de independencia y cuando los tenía a tiro, recordé el día en que mi padre no me vino a ver a aquel partido de béisbol y también de aquella chica, Daisy, que me dejo plantado en el baile, cuando aquel tipo tan gracioso, Mike, había saboteado el ponche. Empecé a beber y me convertí en un desecho social. América le echaba la culpa de aquel atentado al superhéroe que nunca apareció, y yo, desalentado vivía en la penumbra de mi oscura habitación. 

Sin embargo una noche conocí a una chica. Hice una apuesta con mis amigos, asegurándoles que iba a poder ligármela: total que lo conseguí. Pero me enamoré y se enteró de lo de mi apuesta. Tuvimos una pelea enorme, no la vería nunca más porque había aceptado un empleo y se marchaba al día siguiente. Viajaba a Nueva York o a Chicago, no recuerdo muy bien... tuve que recorrer media ciudad, no os imagináis los atascos y ni un solo taxi libre. Así que le compre a un chico su bici por 50 pavos. Monté hasta que un policía me paró y me dijo "Eh chico, si vas como un loco solo conseguirás matarte" Yo le expliqué la situación y me subió al coche. Poniendo las luces llegamos al aeropuerto. Me recorrí a la carrera toda la terminal, suerte que había una banda sonora que avecinaba que todo acabaría bien. Y así fue, una frase, un beso y fundido en negro.

Ahora vivo en las afueras de Missouri, en un pueblecito tranquilo, esperando feliz el día que me toque marchar de este mundo para soltar alguna frase inteligente y bien preparada o alguna palabra misteriosa entre jadeos, con el último aliento, que suponga el inicio de una nueva gran aventura.

viernes, 25 de noviembre de 2011

K.

El horror es también mirarse a uno mismo y verse que no es uno, sino muchos. Pero todos ellos, son yos, son idénticos. Que uno está poblado de sí mismo. Superpoblado de sí mismo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Piense...

...con moderación, o sin ella. No nos vamos a poner restrictivos viendo cómo está el patio. Piense, señorita o caballero lector, y preocúpese también de lo que no viene en el Marca. Piense, si lo desea, sin siquiera poner freno a sus abstracciones mentales, porque en esta carrera de la ignorancia contra la razón tienen que ganar el sentido común y no los bíceps.
Buenas tardes.

Fotografía: www.Artcoup.com

jueves, 3 de noviembre de 2011

Naranjas que son cebollas.

La ciencia avanza, a mejor o peor es cuestión opinable, “quién sabe a dónde vamos a llegar” diría cualquier anciano preocupado por el devenir del mundo. No resultaría extraño si un día nos dicen que en cualquier invernadero, de los que cubren la tierra creando mares de plata como el de Almería, han creado una nueva fruta: “La naranja-cebolla”.

Pues veréis, os confío el secreto: he encontrado una de esas en mi casa.

Iba a probar el nuevo exprimidor, supongo que será de IKEA como todo lo que se compra últimamente en mi casa, que en vista de las futuras elecciones no está del todo mal cuando tenga que emigrar a Suecia, ya sea por Erasmus o porque este país tan nuestro de toros, azahar y paella se haya ido definitivamente a la mierda.

En lo que estaba, probando el exprimidor desconocía la capacidad de estas nuevas frutas para evocar recuerdos. Y os cuento, como un PowerPoint de los programas de cocina:

- Coge unas naranjas (tantas como zumo desees).
- Córtalas por la mitad con un cuchillo.
- Enchufa el exprimidor.

Hasta ahí todo se puede parecer al procedimiento con el que se tratan las naranjas normales.

Pero en el momento de hacer girar el exprimidor, es como exprimir cebollas, cebollas que citan lágrimas y agitan  recuerdos. Vinieron de momento, más intensos y reales que una visión con LSD.

Cualquier mañana durante el curso, unos 10 años atrás, con el uniforme verde de algodón o de la tela que sean los polos del colegio, del mismo que contó mis entradas y salidas durante 14 años, los pantalones, cortos o largos, color azul marino apoyados en una silla de mi cocina con el hilo musical del motor de una máquina mucho más antigua que las creadas en macrotiendas suecas, esperando con el tazón de cereales delante (al que nunca he llamado de cereales sino “de crispis”) y sus manos de toda una vida agotando cada gajo, cada gota de jugo, para llenar un vaso, como cada mañana.

Extractos de naranja que se toman al momento “para no perder sus propiedades”, si vives con una persona de 80 años lo sabes. Igual que la insistencia con la que hay que ponerse el chaquetón cada mañana, aunque el cálido clima sevillano diga lo contrario.

La esencia de una fruta y de repente estaba allí. Donde siempre estuvo, en su cocina, en mi cocina, conmigo midiendo la mitad cuando aun miraba hacia arriba para encontrar sus ojos, su pelo canoso, su alma plena de energía incansable, madrugones a las 6 de la mañana para hacer de comer y poner en funcionamiento una casa entera.

El zumo estaba delicioso. Tamizado con cariño para evitar la pulpa, como cada mañana, como un ritual, como rutina de un vínculo que permite que hoy, sin importar la hora que sea, la edad o la talla que tenga y de que haga unos meses desde que te fuiste, vuelvas a estar conmigo durante este eterno instante.