Estoy hasta los huevos y vengo a quejarme.
Los seres humanos teníamos, muy al principio del devenir histórico, que trabajar por nosotros mismos y de una forma casi individual para conseguir todo lo que fuéramos a comer o a utilizar. Pero eso era una mamarrachada, como es natural no todos tenían las mismas habilidades para realizar las mismas actividades. Al comprender la pérdida de tiempo y esfuerzo que ello suponía, y al entender que todo ese tiempo y esfuerzo se podía invertir en otras cosas, llegó la especialización. En este proceso y como es lógico, los más fuertes se dedicaron a la caza, mientras los más listos pensaban en nuevas formas para cazar, y así sucesivamente.
Más adelante, hubo quien se preocupó por alcanzar conocimientos de elevada complicación, resolver misterios o llegar a comprender ideologías complejas. Hubo quien se partió la cara por su clase y quien partió la cara a los de su clase. Hubo quien optó por dedicarse a cuidar a su familia, y quien, al no tener familia, dedicó su tiempo a lograr el bien común, el propio, o el bien de nadie. Hubo quien cantaba y quien escribía, quien soñaba y quien actuaba. Había quien dirigía una tienda de ultramarinos y quien pasaba sus horas bajo el sol, acompañado por mulos. ¡Había de todo!
En definitiva, hubo de todo y para todos los gustos. No obstante, siempre quedó como incertidumbre en la conciencia colectiva, el saber si los gustos o las tendencias personales venían dadas por los genes, por la educación o por el ambiente. ¿Por qué la gente era como era? Y es que, en realidad, jamás podremos saber cómo sería el terrateniente si le hubiera tocado ser pastor. Y tampoco sabemos si el agricultor haría lo que el latifundista si le hubiese tocado esa suerte, ni si el súbdito hubiera sido más déspota que el más tirano de todos los reyes.
Y sigue vigente hoy todo ello. Hay quien se tira a la piscina aun sin estar llena y quien espera a que esté llena, ya de gente, para saltar.
Por eso mismo me resulta repugnante, hipócrita, infantil, ilegítimo, muy impráctico y poco beneficioso para la comunidad, el hecho de no querer entender los puntos de vista de los demás, sus inquietudes y valores. Esos mismos valores y actitudes que nosotros tendríamos de haber estado en su lugar, eso tenedlo claro. Por eso me avergüenza que, hoy, a estas alturas, no seamos capaces, ni siquiera nosotros, de saber tolerar verdaderamente a los demás.
Es, para mí, incomprensible, que todavía hoy estemos discutiendo a grito pelao por banalidades sin importancia, en vez de ser sinceros con nosotros mismos, aceptar nuestras debilidades, nuestra pequeñez y comprender que somos personas, no máquinas, no férreos aparatos, no dioses ni señores en trono. Parece mentira que haya que recordar que nuestra realidad sólo forma una pequeña parte del enorme elenco de realidades que coexisten en el mundo. Y el no aceptar o intentar comprender las demás, o asumir la realidad propia como la única y verdadera, como la doctrina unívoca y certera, como el mandato y legado de la gran verdad me suena más a fanatismo que a razón.
Esta vez sí tiraré la primera piedra. Y espero que dé, de lleno, sobre la cabeza de aquellos que la tienen cerrada para que así se abra. Que no me intenten convencer con argumentos rebuscados una falta de tacto y de miramientos, de cariño y comprensión. Por la falta de empatía que caracteriza a este mundo de mierda nos va como nos va. Y merecidos serán los castigos desproporcionados y sin motivo, a aquellos que no supieron escuchar el punto de vista del que nació a su lado. Por muy puros, sinceros y razonables que sean los puntos de vista, pierden su credibilidad en el momento en que no se aceptan nuevas perspectivas.
Y sí, claro que todo esto va por ti, porque ¡¡¡esto va por todos!!! Porque todos hemos nacido sin saber dónde íbamos a caer, quienes iban a ser nuestros padres y nuestros amigos, y todos tenemos la responsabilidad de lograr un mundo mejor. ¿Pero cómo carajo lo vamos a hacer si no nos escuchamos entre nosotros? A veces pienso que sois rematadamente gilipollas. Os invito a que penséis, pero moderadamente, contrastando y tomando el mundo como un enorme conjunto de ideologías y opiniones que, si no se ponen en común, no valen de nada. Encerrarse en la propia convicción es el peor de los engaños.
Y ahora llamadme ñoño, hostia, pero que no me jodan: TODOS somos personas y tenemos corazón.