domingo, 17 de abril de 2011

Una semana diferente

Entre las paredes de una iglesia se esconden reliquias de madera talladas por grandes artesanos que serán sacadas a la calle en procesión. Expuestas al gran público entre miradas de devoción, admiración, incomprensión, indiferencia e incluso repulsa, rechazo y odio.

La mirada desde el interior de un capirote, cuando el sudor pega el cartón a tu frente y la tela apenas te deja respirar a nada que la temperatura acompañe, te eleva a una situación de superioridad, más que de penitente.

Nadie conoce tu rostro y tú puedes mirarlos a todos, observarlos sin reparo, desde una posición más que privilegiada.

La gente se viste con sus mejores galas, se disponen a salir en masa a la calle, se arreglan, se repeinan, llenan de perfumes sus cuerpos. Salen, disfrutan del buen tiempo, de las vacaciones, de unas cervecitas con los amigos. Conversaciones y cornetas de fondo.

Pocos reparan en el sentido religioso de la fiesta. Solo lo más rancio de Sevilla, cuyo olor es más fuerte que el propio incienso, marca el paso entre "la bulla" y sus distinguidas patillas se apresuran fervientes por ver en cada esquina a su Cristo y a su (no tan) Virgen.

Las miradas atónitas y embobadas que ven bailar a los pasos se intercalan con aquellos que hacen su vida diaria, que relegan de la fiesta: van al trabajo, abren sus negocios o van a comprar el pan…

Desde el más creyente hasta la última pandilla de quinceañeros se detienen hombro con hombro para vislumbrar y ceder el paso a las imágenes.Pacientemente esperan el transcurrir de los cientos y miles de hermanos que se ocultan portando cirios que llenan de cera hirviendo sus manos o cruces cuyo peso seguirán notando al día siguiente, desamparadas sus bocas ante cualquier lamentación.

La Semana Santa no es una fiesta al gusto de todos, es una tradición.

Como tal, llena la ciudad de aconteceres nauseabundos. Como acción humana está colmada de imperfecciones, injusticias e intereses. No deja de ser un negocio todo aquello de lo que se saca dinero, y esta fiesta no iba a ser menos.

No por ello, pesando y mucho la gran putrefacción de arcaicas formas de ser y actuar, y primando tantas veces apariencias e hipocresías sociales varias, quitaría yo del calendario la Semana donde toda mi ciudad tiene un toque distinto, pueda o no gustarnos.

No me emociona como a un cofrade el crujir de los pasos de madera, ni el canto de una saeta desde un balcón. Ni siento la penitencia de igual forma que el que anduvo descalzo durante horas por las calles de mi ciudad o el que se juega su cuello para llevar a hombros su fe bajo una manta donde se apilan hombres sudorosos.

Pero llego a entenderlo, sin caer en el simplismo de no querer ver más allá de los materiales ya que madera, cera e incienso, son algo más en estas fechas.

Respetar y comprender. Sin la necesidad de compartir cada uno de los dogmas de esta fiesta y sin ser devoto de cada movimiento que realiza un nazareno, llego a encontrar algún punto positivo.

Pues está llena la Semana Santa de cosas bellas, tanto estética como espiritualmente. Y no todo en la religión es el negocio del Pontífice y sus lacayos. Y cubre las calles de amor, respeto y unión. Pues no son las santas escrituras sino en las manos de los hombres y sujetas a su interpretación, donde se corrompen; y los buenos ideales dan pie al beneficio de unos pocos.

Sé bien que no puedo romper con todo lo que aprendí, vi y mamé donde nací, pues aunque me pueda producir contradicciones forma parte de mí. La siento como mía.

Y a pesar de todo lo pernicioso que hay en ella, no seré yo, quién cambie a un Cristo tallado hace siglos por un partido de la superbowl.

1 comentario:

  1. No podría estar más de acuerdo, respeto la tradición de la semana santa y lo que implica para muchas personas fervientes religiosos, no respeto y no comparto el fanatismo de cierta gente y la intolerancia, amí por ejemplo me explicaron el año pasado lo que era un palio,hasta ahí mi ignorancia capillita y no entiendo el porqué hay mil procesiones, entiendo que al religioso le guste, y el que quiera subirse al carro del dinero lo haga, ami solo me gusta estéticamente y los olores y lo que me transmite, lo que no puedo soportar es que me corten la calle y no pueda entrar en el garaje.

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