...de verdad
que no sabría a quién coño rezarle. Y da la casualidad de que verdaderamente no
soy Dios, aunque desde la legitimidad que ampara al bicho que añora ser otra
cosa que no es, coqueteo con esta pueril y presuntuosa idea que sólo me trae disyuntivas
magníficas, como por ejemplo ésta, en la que, directamente y sin titubeos, me
coloco una toga impoluta de mi talla para ocupar por unos momentos el
proverbial trono de Nuestro Señor –al que, por cierto, mando un saludo sinceramente
afectuoso desde ésta, mi silla de plástico que imita mimbre en un conato sólo
estético de regreso a los orígenes–.
Es sorprendente, por tanto, el
poco esfuerzo que requiere el subir a las nubes, al sol, al kebab abierto más
cercano, o a donde esté metido Dios por unos segundos y dejarse llevar por la confortabilidad
de su omnipotencia y su divino saber hacer.
Pero no ocurre igual al
obligatoriamente marearnos con sus problemáticas, celestes y también mundanas,
tal como la de hoy, pero todas ellas causantes de aquel vacío de no saber, de
no entender –queramos o no– verdaderamente qué haríamos si estuviésemos en su
bien cuidado pellejo.
Hoy, por lo menos, he venido correctamente
vestido y debidamente aseado a este encuentro tan distinguido y singular. Pero
en lugar de embriagarme de todo poderlo, sólo he llegado a sentir el vértigo de
verlo todo desde unas alturas que no me corresponden… y después me inflé de
responsabilidad y estallé al instante, desechando toda oportunidad de, por fin,
resolver estos problemas del mundo que sólo Dios puede solucionar.
Pensé, puede que de forma
equívoca, que debe ser duro ser Dios en estos días. Y desesperar como el padre
que se pega contra las paredes por no pegarle a su maleducado primogénito. Y no
saber a quién rezarle. Y llorar de la rabia.
Entonces sólo he podido
recapacitar y ponerme de su parte. Me pongo de su parte aunque sólo pueda verle
la cara sólo algunos días, tras de algunas nubes, en el sonar de algunas
melodías, dentro de algunos ojos. Me pongo de su parte aunque sea un Dios
discreto. Pues no olviden ustedes que estar en el equipo de Dios, y digo ya
fuera de la parroquia de turno, es de ganadores.
Pues sí. Debe ser duro ser Dios
en estos días. Y no saber ya cómo explicarnos las cosas. Y no tener, cuando
llegue cansado al final del día, a quién coño rezarle.
Pero menos mal que no lo soy. Porque vaya pastel.
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