Cuando nos hacemos viejos, el rostro se nos arruga, el pelo se vuelve blanco, se cae y llevamos dientes postizos. Vemos mal, oímos peor, nos tiemblan las manos, nos duelen los huesos, nos cuesta andar e incluso respirar.
Cuando somos jóvenes, y observamos desde lejos todo eso, sentimos como imposible llegar a ese momento, algunos aseguran preferir no vivirlo antes que verse en esas condiciones. Despreocupados, nos creemos invencibles y pensamos que esto siempre será Jauja.
Con el pelo emblanquecido, la mente falla, las piernas fallan, y muchas veces sentimos que nuestros mayores son como grandes niños arrugados, gruñones y soberbios, que no darán su brazo a torcer y cuyo mundo no va a dejar de girar en la dirección y ritmo al que están acostumbrados.
Cuando eres viejo, la experiencia y los años se entremezclan. Podemos hablar de cosas que hace más de medio siglo dejaron de ocurrir, como si fuese el titular de la portada cualquier diario de esa misma mañana.
Nuestras historias se repiten, pero nos empeñamos en contarlas hasta el final, indagando continuamente en los mismos detalles, aquellos que hace muchos años, y sin saber bien por qué, quedaron registrados en nuestra mente quedándose ahí guardados, quietecitos, hasta que nos vayamos de este mundo.
Nuestros mayores han sobrevivido a guerras, revoluciones, educaciones demasiado estrictas o demasiado desatendidas, enfermedades y avances tecnológicos que han modificado la forma de tratar con la realidad tan vertiginosamente, que ha sido imposible para muchos ir más allá de comprender lo que es un teléfono, televisión o radio si es que han tenido la suerte de llegar a entender el por qué y para qué de alguno de estos.
Qué decir de internet…
Les sorprenden muchas cosas del mundo ante las cuales nosotros estamos vacunados desde chicos, vemos como normales y hemos asimilado sentados frente a un aparato de televisión.
Respeto.
A aquellos que han estado aquí antes que nosotros, que han hecho posible que existamos, que han cambiado nuestras vidas, que han permitido que vivamos sin complicaciones, con su esfuerzo, con su trabajo, que han sufrido y han llorado por todos los que ya se les fueron. Que nos han educado. Herencia eterna y gratuita que hace de nosotros personas únicas. Aprendamos todo lo que nos pueden enseñar y cuidemos de ellos como hicieron cuando no levantábamos ni un palmo del suelo y no podíamos valernos por nosotros mismos.
Una lágrima en su mejilla y se apagó el cerillo de su vida.
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